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Golden Kingdoms: Luxury and Legacy in the Ancient Americas

At The Met Fifth Avenue
February 28–May 28, 2018

Galerías de la exposición

View of the entrance to the exhibition 'Golden Kingdoms: Luxury and Legacy in the Ancient Americas'

«Los Incas […] adquirieron innumerables riquezas de oro y plata y otras cosas valiosas, como piedras preciosas y conchas coloradas, que estos indígenas entonces estimaban más que la plata o el oro.»

—Pedro Sarmiento de Gamboa, 1572

Reinos del oro: arte suntuario en la antigua América explora el desarrollo las artes suntuarias desde el año 1200 a. C. hasta los inicios de la colonización europea en el siglo XVI. Elaboradas con metales preciosos y otros materiales estimados por su color y por su brillo, estas obras se destacan por el valor de sus materiales, su iconografía altamente simbólica y sus múltiples roles como expresiones de estatus social, poder político y creencias religiosas.

En la antigua América, los metales se empleaban principalmente para la creación de objetos rituales y de ajuares reales y, en menor escala, para forjar herramientas y armas o acuñar monedas. Tanto las personas que las crearon como aquellas que las utilizaron, consideraron que estas obras estaban imbuidas de poder sagrado. El oro, transformado en objetos destinados dioses y gobernantes, proporciona la narrativa central y la trayectoria de esta exposición, que comienza en Perú, en el Sur, y termina en México, en el Norte. No obstante, otros materiales como el jade, mucho más preciado por los olmecas y por los mayas, o las plumas y los textiles, por los incas y sus predecesores, eran considerados más valiosos que el oro.

A menudo, estas obras fueron transportadas a través de largas distancias y transmitidas de generación en generación, convirtiéndose en un medio excepcional para el intercambio de ideas entre las regiones y a través del tiempo. Las artes suntuarias, cruciales portadoras de significado, fueron particularmente susceptibles a la destrucción y a la transformación en el siglo XVI. Las obras que constituyen esta exposición son testimonios excepcionales de la genialidad de los artistas de la antigua América.

Los objetos de oro de la época más temprana de las culturas precolombinas de América, hallados en los Andes, son, en primera instancia, ornamentos que acompañaron las sepulturas de los personajes de alto rango. Aún en periodos más tardíos, cuando el conocimiento del trabajo del cobre permitió la manufactura de herramientas y armas, los objetos de metal continuaron siendo, antes que nada, expresiones de poder social y político. El oro, tanto como ciertas conchas y piedras, estaba estrechamente asociado con el mundo sobrenatural, que se creía estaban habitados, habían sido emitidos o eran consumidos por los dioses, estableciendo de este modo una conexión entre la persona que los llevaba puestos y los poderes de los dioses.

La iconografía de estas obras presenta un complejo mundo sobrenatural constituido de animales fantásticos y otros seres extraordinarios. Dado que los objetos suntuarios eran relativamente livianos y podían transportarse con facilidad, es probable que tales imágenes se hayan difundido rápidamente por toda la región andina, fomentando así el intercambio de ideas.

Kuntur Wasi

Algunas de las primeras obras en oro de la antigua América se encontraron en los Andes peruanos, particularmente en el sitio arqueológico de Kuntur Wasi. Situada en la cima de una colina, Kuntur Wasi y el sitio vecino de Pacopampa florecieron en la primera mitad del primer milenio a.C., con la construcción de complejos arquitectónicos con plataformas monumentales con grandes escaleras, patios hundidos y monumentos esculpidos. Parte de una tradición religiosa más amplia vinculada a Chavín de Huántar, un importante sitio arqueológico en la sierra central de Perú, Kuntur Wasi también tuvo vínculos con una cultura costera conocida como Cupisnique.

Entre 1998 y 2003, los arqueólogos descubrieron una serie de tumbas dentro de una plataforma en Kuntur Wasi. Algunas contenían adornos hechos de oro martillado. Los antiguos pueblos andinos preferían trabajar el oro con la técnica del martillado en lugar de la de la fundición, incluso para las figuras de pequeña escala, y trataban el material de forma análoga a los textiles, quizás la forma de arte más antigua y más apreciada de todas.

Photo of Kuntur Wasi site, surrounded by mountains

El sitio de la colina de Kuntur Wasi en San Pablo, Peru. Foto por Yoshio Onuki

Obras seleccionadas

El período comprendido entre los años 200 y 850 d. C., llamado "período de los maestros artesanos" por los arqueólogos, fue testigo de un asombroso desarrollo de la alfarería, de la producción textil y sobre todo de la metalurgia. En esta época prosperaron varias culturas en el desierto costero de Perú, entre ellas: la Nazca, al Sur, y la Moche, al Norte. La civilización Moche o Mochica, conformada por sociedades independientes que compartían una misma tradición religiosa y artística, construyó centros monumentales en los fértiles valles agrícolas y explotó los abundantes recursos que ofrecía el océano Pacífico. A veces, estas comunidades independientes se unían para formar otra; alternativamente, sucedía que una profunda rivalidad las separara, alimentando la creación artística notablemente.

Los artistas moche utilizaron oro, plata y cobre para crear implementos y adornos rituales. Además, mostraron un ingenio singular a la hora de combinar los metales y desarrollar técnicas innovadoras; algunas de ellas eran incluso más sofisticadas que las que se conocían en el resto del mundo en la misma época. Las excavaciones científicas realizadas durante los últimos treinta años han revelado los excepcionales logros de estos artistas y el papel que desempeñaron en la materialización de una ideología de poder por medio de los atuendos de los señores moche.

Sipán

Sipán, en el valle de Lambayeque, en la costa Norte de Perú, es considerado el sitio funerario intacto más opulento descubierto en la antigua América. Los objetos encontrados en las catorce tumbas descubiertas revelan conexiones sumamente interesantes con imágenes pintadas en cerámica y proporcionan importantes conocimientos sobre las prácticas y creencias moche.

Un hombre de entre treinta y cinco y cuarenta y cinco años, llamado Señor de Sipán, fue enterrado en la elaborada cámara de la Tumba 1, la más compleja del sitio. Estaba acompañado por dos hombres adultos, una mujer adulta, tres mujeres adolescentes y un niño. El ataúd del Señor contenía indumentaria extraordinariamente fina, que incluía conjuntos de narigueras, pectorales, tocados, cascabeles y orejeras, similares a los utilizados por un personaje conocido como "sacerdote guerrero", presente en la cerámica moche.

Photo of excavation findings at Sipan

La Tumba 1 del Señor de Sipán parcialmente reconstruida. Foto por Sue Cunningham

Dos Cabezas

En el valle de Jequetepeque, en la costa Norte de Perú, las excavaciones llevadas a cabo en el sitio moche de Dos Cabezas han revelado objetos funerarios impresionantes, así como una gran cantidad de información sobre las prácticas funerarias moche y sus creencias.

La Tumba 2, uno de los entierros más opulentos del sitio, contenía cerámicas finamente modeladas y un fardo funerario con múltiples tocados y narigueras, entre otros objetos. Dentro del fardo, los arqueólogos descubrieron una máscara funeraria de metal sobre la cara de un hombre adulto, probablemente de entre dieciocho y veinte años, sorprendentemente alto según los estándares moche (casi seis pies). Una versión miniatura del conjunto funerario fue encontrada en un compartimiento adyacente a la tumba.

Photo of Dos Cabezas site

Dos Cabezas, vista hacia el Sur y el océano Pacifico. La plataforma monumental fue dañada por saqueadores durante de la época colonial, creando una "V" profunda. Foto por Kenneth Garrett

Huaca Cao Viejo

Ubicado en la costa del océano Pacífico, en la desembocadura del río Chicama en la costa Norte de Perú, Huaca Cao Viejo fue un importante centro ceremonial moche. Antes del final del siglo XX, se creía que los entierros moches de figuras alto rango pertenecían a hombres; sin embargo, las excavaciones recientes en el norte de Perú han revelado la existencia de tales tumbas para mujeres. Una gobernante, ahora conocida como la Señora de Cao, llamada así por el lugar donde ella reinó, alrededor del año 400 d.C., fue sepultada con numerosos textiles y tres tocados de doble punta hechos de cobre dorado, así como implementos generalmente asociados con hombres, que incluían lanzadardos y porras de guerra de madera cubiertas con una lámina de cobre dorado. Su sepultura también contenía cuarenta y cuatro narigueras, todas de tamaño similar, pero cada una con un diseño diferente. Dos narigueras habían sido colocadas intencionalmente en la boca del difunto; las demás fueron encontradas cerca de su cabeza.

Photo of Huaca Cao Viejo at night

Vista de las tumbas de la Señora de Cao y sus acompañantes. Foto cortesía Ira Block/National Geographic Creative

Obras seleccionadas

Los primeros imperios andinos - Estados que gobernaban territorios extensos y diversos - surgieron en la segunda mitad del primer milenio d. C. El Imperio Wari, asentado en Ayacucho, en lo que corresponde a la actual sierra central de Perú, estableció una red comercial que abarcaba unas 800 millas (alrededor de 1300 km) de Sur a Norte, en la cual las caravanas de llamas facilitaban el intercambio de materiales valiosos como plumas tropicales, conchas y lana de camélidos. En la costa Norte, la cultura Lambayeque (también conocida como Sicán), y posteriormente la Chimú, tomaron las tradiciones artísticas moche y expandieron su producción hasta alcanzar un nivel casi industrial.

La civilización Inca, a su vez, heredó los logros de las culturas anteriores y pasó de ser una pequeña sociedad organizada con una influencia limitada a la región del Cuzco a convertirse en el imperio premoderno más extenso del hemisferio Sur. Los incas conquistaron gran parte del Oeste de Sudamérica a una velocidad sorprendente: unas 2600 millas (alrededor de 4200 km) desde la actual capital de Chile, Santiago de Chile, hasta la actual frontera entre Ecuador y Colombia. El Estado Inca ejerció un control rígido sobre su dominio e impuso un nuevo y audaz estilo visual imperial al que difundió a través de rituales y prácticas económicas cuidadosamente controladas.

Atahualpa, uno de los últimos emperadores incaicos, se vio envuelto en una enconada guerra civil antes de 1532, que debilitó fatalmente al imperio justo cuando Francisco Pizarro y su pequeña banda de soldados de España - un imperio aún más grande y global - llegaron a Cajamarca (Perú).

Chan Chan

En su apogeo, el Imperio Chimú (1000 - 1470 d. C.) tuvo una influencia sobre unas 800 millas (alrededor de 1300 km) de la costa Norte peruana, desde el sur de la actual frontera con Ecuador hasta el norte de Lima. Su capital, Chan Chan, estaba ubicada en la costa del océano Pacífico en el Valle Moche. El centro de la ciudad, compuesto de edificios monumentales hechos de adobe con enormes murallas perimetrales, todavía está dominado por los restos de los palacios de los reyes Chimú. La ciudad era conocida por sus artistas, dado que tal vez un cuarto de los cuarenta mil habitantes se dedicaba a la producción artística. La mayoría de los artistas, si no todos, sirvieron al rey y su corte, y las obras que crearon incluyeron objetos para el intercambio ritual de obsequios que formaban el núcleo de la economía política chimú.

Chan Chan fue una gran conquista para el Imperio Inca, cuando éste último llegó a la costa Norte alrededor del año 1470. Los incas secuestraron a los orfebres y plateros de la ciudad y los llevaron a Cusco, la capital de los Incas en los Andes. Chan Chan fue saqueado después de la Conquista española en el siglo XVI, y los palacios que contenían vasijas en plata y oro finamente trabajadas fueron despojados.

Photo of Chan Chan site

Chan Chan. Foto © Overflightstock Ltd/Alamy Stock Photo

Obras seleccionadas

En los territorios que hoy pertenecen a Colombia, Panamá y Costa Rica existían, en aquel entonces, sociedades sumamente organizadas y prósperas, de extensa e ingeniosa tradición metalúrgica.

En la época precolombina, en Colombia y en América Central, el oro formaba parte de un complejo sistema simbólico asociado con el poder divino. El oro, que ya de por sí era considerado generativo, lo era aún más gracias a su transformación en figuras votivas o en insignias de los jefes políticos y religiosos.

Existía una dinámica red comercial entre estas regiones y aquellas que se encontraban más al Norte, en Mesoamérica, un área cultural que se extendía desde el Norte de Centroamérica hasta el norte de México. Las hachas rituales de jadeíta, el material más preciado en Mesoamérica, se intercambiaban en Costa Rica, donde los artistas las transformaban en pendientes y las partían en mitades, cuartos o incluso sextos, con el fin de extender su poder sagrado.

Malagana

En 1992 se descubrió un antiguo cementerio debajo de los campos de caña en la Hacienda Malagana en el Valle del Cauca en Colombia, que permitió la identificación de un estilo de arte en metal, hasta entonces desconocido, fechado alrededor de 100 a. C.- 300 d. C. Las tumbas en el sitio de Malagana contenían conjuntos funerarios opulentos, como esmeraldas provenientes de la Cordillera Oriental de los Andes colombianos, conchas Spondylus del océano Pacífico y adornos extraordinarios de oro martillado. Aunque la mayoría habían sido saqueadas antes de las excavaciones científicas, los arqueólogos pudieron reconstruir información sobre los entierros de alto rango. Una tumba tenía aproximadamente diez pies (3 metros) de profundidad, con un piso extenso hecho con lajas de granito blanco importado. Entre otros objetos, contenía cuatro grandes máscaras de oro: tres sobre la cara de un hombre, y otra sobre sus pies. Las máscaras y probablemente los pectorales inusualmente grandes (que miden aproximadamente veinte pulgadas de ancho) fueron hechos exclusivamente para entierros, mientras que algunos de los ornamentos pueden haber sido utilizados durante la vida de la persona.

Sitio Conte

Poderosos gobernantes de la cultura Coclé (400 - 1000 d. C.) fueron enterrados en necrópolis en el valle del Río Grande, cerca del Golfo de Parita, en Panamá. Decenas de gobernantes, guerreros y acompañantes fueron enterrados con una cantidad asombrosa de objetos, y los cuerpos estaban a veces cubiertos de pies a cabeza con adornos hechos de oro martillado, conchas, huesos y piedras preciosas. Sitio Conte y El Caño, un sitio a proximidad, eran claramente espacios funerarios importantes, aunque todavía no se ha encontrado evidencia que sugiera que las personas vivieran en estos lugares.

Las excavaciones en Sitio Conte en los años 1930 y 1940, y más recientemente en El Caño, han revelado mucho sobre las prácticas funerarias, la escala y la creatividad de la tradición metalúrgica de las sociedades Coclé. La Tumba 5 de Sitio Conte, una de las más grandes de la región, contenía varias sepulturas, entre las cuales la de un anciano sentado en un taburete de madera en una pequeña estructura techada. Entre sus bienes funerarios había un colgante de diente de cachalote esculpido y objetos de oro laminado, como espinilleras, puños y un casco. Estaba acompañado por catorce acompañantes, posiblemente sacrificados en el rito funerario.

Photo of Sitio Conte site on a hazy sunny day

Vista aérea de El Caño, Panamá, en primer plano y el Valle de Río Grande en el fondo. Foto © David Coventry

Obras seleccionadas

Los gobernantes mesoamericanos valoraban el jade y otras dioritas por encima de todos los demás materiales suntuarios. Su tonalidad verde y su brillante lustre evocaban la fertilidad agrícola, en particular la de los jóvenes brotes de maíz, principal cultivo de la región. En el primer milenio a. C., los olmecas enterraron grandes cantidades de diorita como ofrendas en los espacios sagrados de sus centros monumentales. Los reyes y reinas maya posteriores reivindicaron su estatus divino adornando su cuerpo con materiales preciados, como joyas de jade. Los artistas lapidarios incorporaron complejos motivos mitológicos, inscripciones jeroglíficas e imágenes de deidades en las insignias de esta élite. Dado que era muy difícil obtener la materia prima y que se la consideraba sumamente valiosa, los mayas reutilizaron y volvieron a tallar objetos, entre los cuales se encontraban antiguos jades olmecas, y frecuentemente transmitían las reliquias valoradas y veneradas a las generaciones siguientes.

El esplendor de las insignias de jade mayas ha quedado plasmado no solo en los ornamentos sino también en sus representaciones en monumentos de piedra tallada, en pinturas murales y en la cerámica pintada. Estas imágenes permiten entrever la antigua vida cortesana y proveen un vívido registro de los elaborados atuendos de jade y otros materiales como plumas, conchas, huesos y textiles que vestían los nobles. Los gobernantes mayas recibían bienes como tributo y se los entregaban a sus pares como parte de estrategias diplomáticas. Por último, las posesiones más preciadas eran enterradas con sus dueños como ofrendas funerarias.

La Venta

Para los olmecas, el jade era importante como material ritual, enterrado en ofrendas a los dioses y los antepasados, y, en forma de indumentaria, una expresión de estatus real y poder. Los gobernantes olmecas probablemente derivaron su poder político de su control sobre la agricultura de maíz e importaron la piedra a través del intercambio a larga distancia desde el valle del Río Motagua, ubicado actualmente en el sur de Guatemala.

En el centro ceremonial de La Venta, cerca de la costa Sur del Golfo de México, los gobernantes enterraron enormes ofrendas de piedra verde que incluían cientos de bloques serpentinos en múltiples capas superpuestas. Las exploraciones arqueológicas que se llevaron a cabo durante los años 1940 y 1950 revelaron numerosas ofrendas de menor escala, incluso más de tres mil esculturas y adornos corporales en varios tipos de piedra verde. Algunas de esas obras también se encontraron en tumbas y pudieron haber pertenecido a los primeros gobernantes de Mesoamérica. El centro ceremonial, delimitado al Norte por una fila de tres cabezas de piedra colosales y al Sur por una gran plataforma piramidal, formaba un espacio determinado para los rituales de la élite.

Black-and-white archival photo of the La Venta site

La Venta, plataforma piramidal en primer plano y réplicas de las esculturas monumentales. Foto por Rebecca B. González Lauck

Palenque

Los gobernantes de Palenque, un sitio maya ubicado en las neblinosas colinas de Chiapas, cultivaron generaciones de arquitectos, ingenieros, artistas y escribanos innovadores. Recientes trabajos arqueológicos y desciframientos epigráficos han revelaron detalles acerca de la vida de los reyes y reinas de Palenque.

K'inich Janaab Pakal I, el gobernante más importante de Palenque, subió al trono en el año 615, cuando tenía doce años. El palacio real cuenta con salas arqueadas e interiores más amplios y aireados que los que se encuentran en cualquier otra ciudad maya y una única torre de varios pisos. Sus descendientes lo enterraron en el Templo de las Inscripciones y cubrieron su cuerpo con jade imperial importado: un collar de cuentas, brazaletes y una máscara de mosaico. Su esposa, la reina Lady Tz'akbu Ajaw (llamada la Reina Roja por los arqueólogos), fue enterrada en el templo funerario adyacente, con una máscara de malaquita.

K'inich Ahkal Mo' Naab III, que tomó el poder en el año 721 d. C., llevó a cabo extensos programas de esculturas en relieve y otras obras, entre las cuales se hallaban los paneles de plataforma de los templos XIX y XXI. A través de estas esculturas, uno de los últimos gobernantes de Palenque encarnó el poder de las deidades fundadoras y sus ilustres antepasados.

Photo of the Palenque site located deep within a verdant forest

Palenque, con el palacio a la izquierda y el Templo de las Inscripciones y Templo VIII a la derecha. Foto por Danny Lehman/Corbis/VCG

Obras seleccionadas

Chichén Itzá, ubicado en la península mexicana de Yucatán, fue un gran centro urbano y ritual maya que atrajo a peregrinos de toda Mesoamérica y Centroamérica. Allí, las aguas subterráneas erosionaron el lecho de piedra caliza y formaron un cenote (un gran sumidero lleno de agua), transformándolo así en un centro de prácticas devocionales durante muchos siglos. En la cosmología maya, los cenotes tenían un carácter vital para el establecimiento de una relación entre el reino terrenal y el inframundo acuoso, y se los solía representar como las fauces huesudas de un gran ciempiés. A través de los siglos, los suplicantes realizaron ofrendas en el sitio.

En el siglo XX se recuperaron restos humanos y cientos de objetos, desde sencillas figuras de madera hasta insignias reales, gracias al dragado y a otros proyectos arqueológicos posteriores realizados en el Cenote Sagrado. Estas ofrendas, elaboradas por artistas mayas de la localidad y de otras regiones más alejadas, incluyen una cantidad sorprendente de objetos provenientes de tierras remotas tales como cascabeles y figurillas de oro de Panamá y Costa Rica, así como adornos de jade de los reinos mayas ubicados en las profundidades de la selva tropical, como Piedras Negras (Guatemala) y Palenque (Chiapas, México). Muchas de estas obras fueron quebradas, abolladas o quemadas intencionalmente como parte del ritual de sacrificio.

The Sacred Cenote at Chichen Itza, a lush, green area surrounding an ancient sinkhole

El Cenote Sagrado de Chichén Itzá. Foto por Kim N. Richter

Obras seleccionadas

Tras el declive de las grandes civilizaciones del período Clásico en el siglo IX d. C., las migraciones y la inestabilidad política llevaron al surgimiento de nuevos reinos y ciudades-Estado en el Posclásico. Inclusive algunos de ellos rivalizaron el esplendor de épocas anteriores. Las rutas comerciales de larga distancia conectaron regiones hasta entonces poco accesibles, aumentando el acceso a bienes exóticos. De este modo, los materiales preciados y objetos suntuarios circularon como obsequios y tributos por medio de las redes de intercambio de la élite. El ingreso de nuevos tipos de materias primas, como la turquesa que se encuentra en el actual Suroeste de los Estados Unidos, y de conocimientos técnicos especializados, como las nuevas técnicas de metalurgia provenientes del sur y de Centroamérica, estimularon la innovación artística en los siglos posteriores.

Durante el siglo XIV, los mexicas, un grupo étnico proveniente del Norte, emigraron al centro de México y se establecieron en una isla del lago de Texcoco. De origen humilde, alcanzaron el poder gracias a su perspicacia militar y matrimonios estratégicos. Desde su capital, Tenochtitlán (hoy Ciudad de México), los mexicas establecieron una alianza política con dos ciudades vecinas y juntos fundaron el gran Imperio Azteca (también conocido como la Triple Alianza), que dominó gran parte de Mesoamérica. El Imperio llegó abruptamente a su fin con la llegada de los españoles, quienes conquistaron Tenochtitlán en 1521.

Monte Albán

Los mixtecos (o Ñudzavui, que significa "gente del lugar de la lluvia"), que florecieron en el Suroeste de México durante el Posclásico Tardío (1200 - 1521 d. C.), crearon obras de arte excepcionales e innovadoras en diversos medios, especialmente manuscritos (o códices) pintados con colores vibrantes sobre pieles de animales, delicados mosaicos que combinan turquesas con otras piedras preciosas y conchas, y distintivos adornos de oro fundido. Además, adaptaron y perfeccionaron las prácticas metalúrgicas introducidas desde América Central y América del Sur, como la fundición a la cera perdida y la técnica de falsa filigrana.

Monte Albán, ubicado en la cima de una montaña artificialmente nivelada, tiene una vista estratégica de los tres valles centrales de Oaxaca. Una tumba mixteca excavada en el sitio en 1932 reveló una opulenta ofrenda funeraria, que incluía 121 obras de oro, 24 piezas de plata y 2 obras de una aleación de ambos metales, además de objetos hechos a partir de otros materiales escasos y valiosos. Estas ofrendas resaltan un cambio en la práctica artística y una creciente preferencia por el oro como material de lujo preeminente.

Los zapotecos (o Bènizàa, que significa "gente de las nubes") originalmente crearon la tumba durante el período Clásico (200 - 900 d. C.), y luego fue ocupada en el período Postclásico por los mixtecos, quienes veneraron el sitio antiguo.

Photo of the Monte Alban site on a sunny day

Monte Albán. Foto por Ovidiu Hrubaru/Alamy Stock Photo

El Templo Mayor of Tenochtitlan

Entre los años 1428 y 1521, el vasto imperio azteca dominó gran parte de México y fue gobernado por una alianza de tres ciudades-estados: Tenochtitlan, Tetzcoco y Tlacopan. El Templo Mayor fue el centro urbano y religioso de Tenochtitlan, la capital del pueblo Mexica. Su plataforma de doble pirámide con dos templos fue construida en etapas sucesivas, replicando la fase anterior y cubriéndola. La mitad Sur del Templo Mayor estaba dedicada a Huitzilopochtli, el dios patrón de los mexicas asociado con la guerra y el sol, mientras que la mitad norte estaba dedicada a Tlaloc, el dios de la lluvia con antiguos orígenes mesoamericanos.

Page from the Codex Ixtlilxochitl, an architectural plan showing a double pyramid platform with twin temples

Desmantelado y finalmente enterrado después de la Conquista española, el templo fue redescubierto en 1978 junto al Zócalo de la Ciudad de México. Las excavaciones han permitido recuperar muchas ofrendas depositadas durante las ceremonias rituales. Al pasar de ser una ciudad tributaria a una capital imperial, Tenochtitlan reveló, a través de las ofrendas depositadas en el Templo Mayor, un mayor acceso a materiales importados como el jade, la turquesa y el nácar, simbólicos de la dominación mexica sobre sus provincias lejanas que pagaban tributo.

Izquierda: Plataforma con dos templos en Tetzcoco, que se cree que se parece mucho al Templo Mayor, Tenochtitlan. Codex Ixtlilxochitl, Folio 112. Paris, Bibliothèque nationale de France, Ms. Mex. 65-71

 

Obras seleccionadas

En el siglo XVI, la Conquista española trajo consigo destrucción a las culturas indígenas americanas: gobernantes indígenas fueron asesinados, los templos fueron arrasados y las poblaciones nativas se vieron devastadas por las enfermedades introducidas por los europeos. Una vez establecido el dominio español, las riquezas de los imperios Azteca e Inca, así como las de una multitud de otros reinos, fueron incautadas y desviadas hacia Europa, particularmente a España. El clero cristiano llegó al continente americano con la ferviente misión de difundir la Palabra del Señor y de extinguir las religiones paganas.

Los pueblos indígenas, especialmente los de México, quedaron perplejos ante la obsesión de los españoles por el oro ya que, para ellos, la jadeíta, la turquesa, las conchas, las plumas y los textiles eran materiales mucho más valiosos. De modo que los españoles intercambiaron alegremente cuentas de cristal verde por objetos de oro, que fundían para facilitar su almacenamiento y transporte. Pese a esta ruptura cultural, los artistas indígenas se adaptaron al nuevo contexto colonial y continuaron practicando las artes tradicionales. Esta fusión de costumbres y creencias fue particularmente notoria en las escuelas misioneras, donde los artistas nativos creaban imágenes y obras de arte cristianas utilizando técnicas singulares que resultaron en obras extraordinarias, como el mosaico de plumas. El continente americano pronto se encontró en el centro de las rutas comerciales mundiales, por las cuales circulaban bienes exóticos y saberes artísticos provenientes de Asia y Europa que se mezclaron con las antiguas tradiciones indígenas.

Obras seleccionadas




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