KEITH CHRISTIANSEN: Rembrandt es único por su gran número de autorretratos: obras que evidencian un intenso y persistente autoexamen. Pintó este en 1660, cuando tenía 54 años de edad, tras haber perdido a su mujer y a un hijo, y haberse visto obligado a declararse en bancarrota. El curador Walter Liedtke:

WALTER LIEDTKE: Tenemos este ligero desenfoque, esta disparidad entre los dos ojos. Uno de los ojos mira con aire distraído, o casi podríamos decir ansioso.

En el rostro ha acumulado más pintura que en ninguna otra zona, sugiriendo con gran pericia texturas y modelado. Podemos ver en la superficie las pinceladas que dan toques de luz sobre la punta de la nariz y otras zonas. Alrededor de los ojos la pintura está como esculpida, para crear sombras y hendiduras en las mejillas. Las texturas de la cara y la morbidez de la carne nos dan una impresión de realismo.

KEITH CHRISTIANSEN: Existía una gran demanda de estos autorretratos, lo que dice mucho sobre su reputación artística.

WALTER LIEDTKE: Creo que los autorretratos, los tardíos en particular, probablemente respondían a una gran demanda por parte de los coleccionistas. En las cortes europeas de esa época existen colecciones de gente famosa: príncipes, escritores y filósofos, y también artistas. Por lo tanto, existe un mercado para retratos de famosos. Y si un coleccionista estaba interesado en Rembrandt, la mejor obra que podía adquirir era un autorretrato tardío.

Rembrandt se ha mirado en el espejo durante semanas, y sabe que se está haciendo viejo. Podría adoptar otra expresión pero creo que el aire pensativo y abierto que observamos en esta imagen es exactamente lo que los coleccionistas querían ver en un Rembrandt.