Statue of a woman riding on the back of a man. There is a blue background and pink wording that reads, " Spectrum of Desire" "Love, Sex, and Gender. In the Middle Ages"
Exhibition

Spectrum of Desire: Love, Sex, and Gender in the Middle Ages

Introducción

Espectro del deseo: amor, sexo y género en la Edad Media

Entre los siglos XIII y XV, se extendieron por Europa occidental unas definiciones cada vez más restrictivas del sexo y el matrimonio, especialmente en el marco de la ley eclesiástica. Sin embargo, el arte del periodo cuenta una historia más compleja. Aunque algunas obras se sometieron a estas normas más estrictas, otras proporcionaban contextos generativos que permitían explorar y ampliar las ideas relativas a la expresión de género, la unión erótica y las relaciones afectivas.

Los artistas medievales, inspirándose a menudo en textos devocionales y literarios, se centraron en el tema del deseo, tanto físico como espiritual. Documentaron un mundo en el que los aristócratas escenificaban la intrincada coreografía del cortejo, las santas declaraban su anhelo de ser novias de Cristo y las amistades apasionadas abundaban en las esferas homosociales de la corte y el monasterio.

Los sentimientos expresados en el arte medieval pueden ser sorprendentes. Su imaginario rechaza a menudo las rígidas distinciones que cabría establecer entre el hombre y la mujer, el amigo y el amante, lo profano y lo sagrado. Muchas personas comparten hoy este rechazo, que anima al espectador a cuestionar los límites de las categorías y las ideas preconcebidas contemporáneas, un enfoque descrito en ocasiones como una revisión queer del pasado. Esta perspectiva puede descubrir nuevos significados, pero también da pie a momentos de ambigüedad.

Espectro del deseo reúne principalmente piezas de la colección del Met, que se exhiben junto a varios préstamos excepcionales. Interpretar obras maestras tan apreciadas como estas a través de la óptica del deseo puede renovar nuestra percepción de creaciones que llevan largo tiempo en el foco público e invitarnos, como resultado, a analizar nuestras propias ideas sobre el amor, el sexo y el género.

Esta exposición ha sido posible gracias al Fondo Michel David-Weill y a Kathryn A. Ploss.

Matrimonio, sexo y castidad

En el Medievo, el vínculo marital entre un hombre y una mujer era un ideal obsesivo alentado por la legislación religiosa, la literatura y el arte. Los obsequios eran un componente esencial de los ritos nupciales y sus imágenes ofrecen en muchos casos expresiones de deseo amoroso combinadas con visiones más descarnadas de la vida doméstica, en especial para las mujeres. La Iglesia ensalzaba el sexo procreativo entre un marido y su esposa, pero tachaba cualquier otro tipo de acto sexual —fuese cual fuese el género de los integrantes de la pareja— de sodomía, una amplia categoría de pecados que incluía también la herejía religiosa y la expresión de género subversiva.

Para muchas personas, no tener pareja y no practicar el sexo era una elección intencionada y aplaudida. A juicio de algunos teólogos como san Agustín, la abstinencia sexual era más virtuosa que el sexo en el seno del matrimonio. A los caballeros se los exhortaba a menudo a ignorar sus impulsos sexuales. Surgió una jerarquía de la ausencia de sexo que incluía a las vírgenes y las personas castas, a los célibes y a quienes no experimentaban deseo sexual.

Objetos de deseo

En la Edad Media, los objetos se consideraban potentes estimulantes del deseo sexual. Despertaban la imaginación y mantenían siempre presente el recuerdo de un amante lejano. Un texto religioso del siglo XIV, por ejemplo, advierte de la «lujuria carnal» que nace de las «sábanas confortables, las camisas deliciosas y suaves y los agradables ropajes de color escarlata». Los artículos personales —como los cinturones, los peines, las tablillas de escritura, las joyas y los pequeños recipientes que se pueden ver en esta sección— se incorporaban al complejo tira y afloja del cortejo.

Nuestra interpretación del imaginario amoroso medieval se basa en las elaboradas fantasías descritas por los artistas, músicos y narradores de la época. En imágenes, canciones y poemas, representaban a jóvenes amantes aristocráticos presos de un deseo obsesivo, a menudo adúltero o imposible por otros motivos. Las parejas se entregaban a juegos que alternaban el ofrecimiento y la represión del afecto. Una electrizante dinámica de dominación y sumisión atraviesa estas escenas aparentemente alegres de caricias en el mentón, ajedrez y caza.

Cuerpos bellos

En el arte medieval, los cuerpos poseen una gran expresividad. Libres de ambiciones naturalistas, los artistas aspiraban a comunicar la identidad de sus sujetos por medio de atributos concretos, como la vestimenta, el cabello, la pose y el color de la piel. Combinados, podían evocar múltiples aspectos de la identidad —clase social, religión, origen geográfico, género—, así como la evolución de esa identidad a lo largo del tiempo.

Tanto en las imágenes como en los textos, los cuerpos se hallaban con frecuencia inmersos en procesos de cambio. La transformación corporal era un dogma central de la fe cristiana, explorado en relatos bíblicos desde la creación de Adán y Eva hasta la resurrección de Cristo. Los teólogos y artistas medievales creían que Cristo tenía atributos masculinos y femeninos, por ejemplo, y se dice que numerosos santos cambiaron su expresión de género en el transcurso de su vida. Sus imágenes, concebidas para inspirar admiración o, en raras ocasiones, provocar mofa, dan testimonio de la larga historia de la disconformidad de género.

Unión mística

Algunos de los pensadores cristianos más importantes del Medievo se explayaron en sus escritos religiosos sobre los largos y profundos besos en los que anhelaban fundirse con el Señor. Hoy en día, esta combinación de lo sagrado y lo erótico puede resultar extraña e incluso perturbadora, pero para quienes aspiraban a una unión espiritual con Dios no había ningún lenguaje que evocara mejor la rara y embriagadora belleza de la experiencia deseada.

Las obras de arte resultaban especialmente propicias para expresar y facilitar el éxtasis espiritual. Los manuales ilustrados ofrecían guías devocionales paso a paso, mientras que las imponentes esculturas podían favorecer la concentración o servir como modelos de uniones ideales entre lo humano y lo divino. El arte promovía, además, una revisión imaginativa de identidades de género y formas de afecto que resultaban particularmente empoderantes para las monjas y los monjes. Las familias elegidas que surgían en el seno de las órdenes religiosas podían ofrecer alternativas muy satisfactorias a los vínculos disponibles en el mundo secular.